El peral de la tía Miseria

Debido a mi vieja afición, la literatura y sus vertientes, he decidido crear un nuevo apartado en este blog: cuentos y leyendas. Espero que os guste mucho y que os lo paséis tan bien como yo escribiéndolos.

Este cuento es mi versión del cuento popular existente, que se puede consultar en:
RODRÍGUEZ ALMODÓVAR, A. (1999) Cuentos al amor de la lumbre. Madrid: Alianza Editorial.


El peral de la tía Miseria

Hace muchísimo tiempo, en un pueblo de pocos habitantes en el que nada se podía esconder, porque todo se acababa sabiendo, vivía una viejecita a la que todos llamaban "Tía Miseria". La Tía Miseria vivía en una casita bastante pequeñaja, vestía ropa de mendiga y no tenía lo que se dice, nada de dinero. Vamos, que era más pobre que unos macarrones sin tomate. A pesar de todo eso, la Tía Miseria tenía una posesión que para ella -y para más gente- era muy valiosa: un peral en el patio trasero. La pobre Tía Miseria sabía que su peral daba las peras más dulces de todo el pueblo, pero no porque ella las hubiese probado, sino porque los niños hablaban maravillas de ellas. Sí, señores, los niños del pueblo se colaban en el patio trasero de la Tía Miseria y le robaban todas las peras; sin dejarle a ella, que le costaba un montón andar debido a lo vieja y oxidada que estaba, ni siquiera probarlas. ¡Con todo el morro! La Tía Miseria, por supuesto, estaba hartísima:

- ¡Malditos niñatos! ¡Devolvedme las peras, u os doy con mis zapatos!

Y así un año, tras otro, tras otro...


Una noche, estaba la Tía Miseria en su casa dispuesta a darse un festín con una hogaza de pan, cuando llamaron a la puerta. ¿Quién será? Entró entonces en la casa un caballero que era, como se decía antiguamente, muy apuesto. La Tía Miseria, no se sabe si por buena persona o porque se enamoró de aquel hombre, le invitó a cenar con ella. Es más, le regaló toda su cena. Después de charlar un rato al terminar de cenar, el hombre se despidió de la Tía Miseria, no sin antes hacerle un regalo:

- Señora, no sé cómo darle las gracias por toda su bondad. Me gustaría concederle un deseo, le aseguro que se cumplirá.

A la Tía Miseria le rondó por la cabeza la descabellada idea de pedirle que se casase con ella, o que le diese un saco de monedas de oro, o quizá podría pedirle un loro que hablase, pero que hablase de verdad, nada de un simple "hola", que eso lo dicen los loros aburridos. O, ya puestos, ¿por qué no le pedía "deseos infinitos"? No, eso no se puede, ¡que es trampa!

- Perfecto, ¡ya lo tengo! Deseo que aquel o aquella que suba a mi peral, sin que yo se lo diga no pueda bajar.

¡Deseo concedido! Estaba entonces la Tía Miseria deseosa de comprobar si aquello era cierto, así que esperó pacientemente a que su peral se llenase de nuevo de esas jugosas peras. Una mañana, seguía la Tía Miseria todavía metida en la cama -no madrugaba mucho, total, no tenía nada que hacer ni nadie con quien hablar- cuando escuchó a unos cuantos niños gritando como locos desde su jardín. Se asomó a la ventana y los vio enredados en las ramas del peral.

- ¡Ja, ja! ¡Ahora vais a ir bajando uno por uno y os voy a dar un par de azotes en el culo!

Y así se fueron, uno por uno, todos los niños y niñas que estaban atrapados en las ramas del peral, con el culo rojo y sin ganas de volverse a sentar.

Y así volvió a pasar un año, tras otro, tras otro...

Otra noche, más oscura que de costumbre y con búhos ululando de fondo, estaba la Tía Miseria comiéndose una tarta de pera -que le salía muy rica, por cierto-, cuando volvieron a llamar a la puerta. La Tía Miseria se retocó un poco en el espejo, pensando que podría ser de nuevo aquel hombre tan guapo, pero se equivocaba. Esta vez, cuando abrió la puerta, se encontró a una persona encapuchada, con una toga negra muy, muy oscura. A la Tía Miseria le entró frío, y más frío aún cuando el encapuchado se quitó la capucha y dejó al descubierto una cara calavérica y ¡bien fea!. Fue entonces cuando la Tía Miseria se fijó en que ese visitante tenía en la mano una guadaña, que es un palo muy largo con una cuchilla muy afilada al final. Por si no os imagináis quién pudiera ser este visitante, os comento que era la Muerte. Le dijo entonces la Muerte a la Tía Miseria:

- ¡Miseria, quién te ha visto y quién te ve! Ya estás demasiado vieja, que yo lo sé. ¡Te toca venirte conmigo! Venga, anda, recoge tus cosas y llévate abrigo.


La Tía Miseria empezó a hacer la maleta muy despacito, para ganar algo de tiempo, porque ella no quería morirse. Entonces, tuvo una gran idea:

- ¡Ay, Muerte! ¡Qué poca alegría siento al verte! ¿Podrías hacerme un favor? Anda, vete al patio trasero y cógeme unas cuantas peras del peral que tengo plantado, que el camino es muy largo y más contigo al lado. Yo iría a por ellas pero ya sabes que me cuesta mucho andar y tú parece que tienes prisa por marchar.

La Muerte accedió a ir a por las peras y, ¡zas!, quedó atrapada entre las ramas del peral, como le había pasado a tantos niños anteriormente. ¡Sacadme de aquí! ¡Me han tendido una trampa, socorro!  La Tía Miseria no podía parar de reír. Y, como era muy chula, volvió a sacar sus cosas de la maleta mientras se comía otro trozo de la tarta de pera y continuó haciendo su vida como si nada.

Pero claro, el hecho de que la Muerte estuviese atrapada ahí, significaba que ya nadie más moría en el mundo. ¡Qué guay!, podréis pensar. No todo era tan bonito. Había muchísimas personas que sufrían enfermedades muy dolorosas y la Muerte no se apiadaba de ellas. Había personas con heridas que no paraban de sangrar y que les dejaban muy débiles, pero la muerte no se apiadaba de ellas. También había personas muy mayores, que querían reunirse con sus familiares que murieron hace años, pero la muerte no aparecía para llevárselas. La gente estaba desesperada. ¿Dónde se habrá metido la Muerte? Pusieron carteles, hablaron de ella en las noticias, contrataron detectives privados, fueron llamando casa por casa... y la Muerte no aparecía. 

Y así pasó un año, tras otro, tras otro. Hasta que, finalmente, un día llamaron a la puerta de la Tía Miseria. Cuando ésta les abrió, se escuchó gritar a la Muerte a lo lejos, desde el patio trasero: ¡Socorro! ¡Estoy aquí!

La gente estaba indignada. Le pidieron a la Tía Miseria que dejase libre a la Muerte, ya que había muchísimas desgracias en el mundo. La Tía Miseria no hacía más que negarse, ¡que no, que ella no quería morirse, hombre! Después de intentar convencerla durante más de media hora, al final la Tía Miseria sintió pena y dijo:

- De acuerdo, a la Muerte liberaré, pero una condición pongo: yo aquí siempre me quedaré.

Y accedieron. La Muerte quedó en libertad respetando su promesa. Nunca se llevó a la vieja.

Y éste es el motivo por el que la Miseria sigue todavía habitando en nuestro mundo.


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Fotos: 
http://www.publispain.com/revista/seccion/jardineria/consejos_para_la_poda_del_peral.html
http://blogsdelagente.com/entrerosasymunecas/2009/01/

5 comentarios:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=pm_IhKrdfD4

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    1. Jajajaja me encantas, has puesto una de mis escenas favoritas de los Simpsons y muy acorde, por cierto.

      ¿Te ha gustado cómo he escrito el cuento?

      Te debo un mail, pero me voy a la playa mañana. Te respondo el lunes o martes que viene, ¿vale?

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    2. Sí, ¡esta genial! Me encanta porque, primero la historia no la conocía y, segundo, porque está redactado par niños, pero en plan divertido, no como un cuento aburrido... ¿Has pensado en publicar todas estas cosas en plan Kindle? Es eñ ñibro electrónico de Amazon, y aunque creo que al ppio lo puedes ofrecer "gratis" luego ya puedes empezar a cobrar si funciona...

      Disfruta de la playa, que aquí pasamos de calor superpegajoso a lluvia infernal... ¬¬

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    3. Ok, donde pone "eñ ñibro" quería decir el libro... jajajajaja Que conste la hora a la que lo escribí, que no es de estar muy despierto ;)

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    4. ¿Cómo va eso del Kindle? ¿Qué tendría que hacer? Suena apetecible, la verdad.

      ¡¡Me alegro mucho de que te haya gustado!!

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